Francisco, de nuevo, se mostró durísimo ante los religiosos o sacerdotes culpables de pedofilia.
Se reunió con los miembros de la comisión que él mismo creó hace más de tres años para concienciar a las diócesis sobre la magnitud del problema y ayudarles a prevenirlo y afrontarlo.
El cardenal Sean O'Malley fue el encargado de “romper el hielo” y dirigirse al Papa.
Francisco habló con dureza, claridad e hizo autocrítica:
Admitió que la Iglesia ha tomado conciencia del problema “demasiado tarde” y que, “cuando la conciencia llega tarde, también los medios para resolver el problema”.
Aseguró que quien ha sido condenado por abusar de menores podrá “dirigirse al Papa para pedir la gracia” aunque que él ni la ha otorgado ni pretende hacerlo. La persona que ha cometido abusos, señaló, “está enferma”. Aunque se arrepienta tiene muchas posibilidades de recaer. Por tanto, concluyó, “si se prueba un abuso de menores es suficiente para no recibir recursos”.
También dijo que, por el momento, la Congregación para la Doctrina de la Fe continuará haciéndose cargo de las denuncias que llegan y que se contratará más personal para acelerar los procesos.
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